Publicado en febrero de este año
2021, en plena pandemia de la
COVID 19, me ha parecido un libro genial y conmovedor, no
sólo por la manera de situarnos en el tiempo y los lugares que describe, sino
por su contenido. El autor hace que nos sintamos casi partícipes de los
problemas y acontecimientos que narra. Su planteamiento principal es el
conflicto que plantean unos hijos que han marchado de su pueblo buscando su
lugar en el mundo y unos padres que se quedan solos. La historia transcurre entre
finales de los años sesenta y el año dos mil diez. A lo largo de su relato,
Jesús Carrasco nos va introduciendo en la dulzura de una madre que sólo ha
vivido para su marido e hijos, renunciando a ella misma y acabando con
Alzheimer; las vicisitudes familiares desde que, a finales de la década de los
sesenta, salen de un pueblo de la provincia de Toledo dos jóvenes a trabajar a
la ciudad, se encuentran y se casan; la vuelta al pueblo con una enfermedad
pulmonar del padre por el amianto que ha ido respirando en la fábrica; la
finalización de los estudios de los hijos que los lleva a no tener futuro en
el pueblo y a marchar lejos a buscarlo, o cómo se combinan Juan e Isabel para
volver a Cruces y cuidar de sus padres. Todo ello narrado con naturalidad, gran
madurez, delicadeza y conocimiento de situaciones, personajes, lugares y época.
El autor domina bien los temas
que trata: el problema de la emigración dentro y fuera de España, las
reflexiones entre el deber de los hijos a cuidar de los padres y la búsqueda de
fundar su propia vida, la posible falta de amor y experiencia de las cuidadoras
de gente mayor, las consecuencias del trabajo con las uralitas, la compra de
patentes interesantes por parte de países extranjeros, la evolución del Alzheimer o el
funcionamiento de un virus y su posible destrucción.
Es un libro que me ha llevado a leerlo dos veces por mi gran avidez de
vivir cada situación con todo lujo de detalles. Quizás porque relata
situaciones que me son familiares en alguno de sus aspectos y me recreaba en
ellas. O quizás porque ha conseguido aislarme de lo que me rodea sumergiéndome en él.