Se trata de diferentes relatos, enlazados por su protagonista Isidoro que va explicándolos en primera persona. Delibes (1920-2010) los sitúa hacia 1945, describiendo la vida de pueblo, su pobreza y estancamiento, así como su particular ciencia del vivir. Isidoro salió de su pueblo para ir a una ciudad próxima y, si bien al principio se avergonzaba de sus orígenes, acabó enorgulleciéndose de ellos, valorando la sabiduría popular de sus gentes y creyendo que en los pueblos todo permanece inalterable, mientras que en la ciudad todo se desintegra por el progreso. No encontrándose a gusto, se marcha a América, de la que no volvería hasta muchos años después. Desde allí, va recordando.
Delibes plantea diferentes cuestiones por las que pasa un emigrante. La sensación de ser un extraño mal visto en el lugar donde llega y la de ser un extraño también cuando vuelve a su tierra. También el rechazo de su padre a que marche del pueblo: un día, Isidoro le confesó que no le gustaba estudiar y que le gustaba el campo pero no para trabajarlo. Ello le costó el castigo de no comer ni beber durante cuarenta y ocho horas.
A lo largo de la lectura, se intuye el completo conocimiento de Delibes del lugar, de su flora y fauna, de los habitantes que allí viven y sus costumbres, donde no hay mucha privacidad. Todos saben lo de todos. Además, con sus descripciones, el autor nos hace estar allí y ser uno más, como en su último capítulo que nos hace vivir la caza de la perdiz, así como sentir la psicología de un verdadero cazador.
Conoce el autillo, el abejaruco, el raposo, el vencejo, el matacán, los alcaravanes o los grajos. Habla de un lebrel, de la salvia, el espliego, de carrizos y espadañas, de las argayas del trigo, del tasajo como cebo. En suma, utiliza un vocabulario nada común y sí muy educativo. Hay que leerlo con el diccionario cerca.
Conoce el autillo, el abejaruco, el raposo, el vencejo, el matacán, los alcaravanes o los grajos. Habla de un lebrel, de la salvia, el espliego, de carrizos y espadañas, de las argayas del trigo, del tasajo como cebo. En suma, utiliza un vocabulario nada común y sí muy educativo. Hay que leerlo con el diccionario cerca.
Habla del recorrido del arroyo Aceitero que va a parar al Sequillo. Éste desemboca en el Valderaduey que va a parar al Duero que, a su vez, desemboca en el Atlántico. Delibes tiene la delicadeza de alterar los nombres para no delatar el posible lugar que está describiendo pero que, por otro lado, podría ser uno de los muchos pueblos de Castilla. Si bien los dos últimos ríos existen, no ocurre así con los dos primeros. Describe el nacimiento de una veneración a una santa, a partir de un intento de violación y los milagros que se iban produciendo desde entonces, hecho que plantea el tema de las supersticiones en gente rutinaria y atrasada, pero muy arraigada a su tierra y con una sabiduría e inteligencia prácticas encomiables.
Cuando Isidoro vuelve a su pueblo después de cuarenta y ocho años, encuentra que, si bien la gente ha ido cambiando, las cosas siguen inmutables.
La manera poética de Delibes en algunos fragmentos asegura una agradable lectura y, leído con calma, también nos aporta una cierta cultura del entorno.
Me fue recomendado por Alex y ha valido la pena leerlo. Os aconsejo hacer lo mismo.
Cuando Isidoro vuelve a su pueblo después de cuarenta y ocho años, encuentra que, si bien la gente ha ido cambiando, las cosas siguen inmutables.
La manera poética de Delibes en algunos fragmentos asegura una agradable lectura y, leído con calma, también nos aporta una cierta cultura del entorno.
Me fue recomendado por Alex y ha valido la pena leerlo. Os aconsejo hacer lo mismo.
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